En Nova Bella, gracias al trabajo de Sergio Miguel Martín, podemos encontrar unas viñetas inspiradas en el cuento de José Luis Martín Descalzo “Sólo semillas” tomado de “Razones para la esperanza”. Este material puede resultar interesante, por ejemplo, para iniciar una reflexión sobre el papel del cristiano como colaborador en la construcción del Reino. "Se parece el Reino a una semillla…"



Que todos somos culpables,
de un mundo sin Dios,
de salir corriendo, cuando el miedo.
Culpables, de un mundo sin Dios,
de salir corriendo, cuando el miedo.


Mientras tanto, este mundo

gira y gira sin poderlo detener

y aquí abajo unos cuantos

nos manejan como fichas de ajedréz.




Al tercer día resucitó", en esta piedra angular se basa la fe cristiana. El Señor de la vida había muerto, pero ahora vive y triunfa.
El Domingo de Pascua es el día en el cual Jesús salió de su sepulcro. Este hecho es fundamental para el cristianismo. La historia cuenta que en cuanto se hace de día, tres mujeres van al sepulcro donde Jesús estaba enterrado y ven que no está su cuerpo. Un Ángel les dice que ha resucitado. Van corriendo donde está la Virgen con los Apóstoles y les dan la gran noticia: ¡Ha resucitado! Pedro y Juan corren al sepulcro y ven las vendas en el suelo. El desconsuelo que tenían, ayer, se transforma en una inmensa alegría. Y rápidamente lo transmiten a los demás Apóstoles y discípulos. Y todos permanecen con la Virgen esperando el momento de volver a encontrarse con el Señor.
Éste es el día de la esperanza universal, el día en que en torno al resucitado, se unen y se asocian todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las humillaciones, las cruces, la dignidad humana violada, la vida humana no respetada.
En la Resurrección la vocación cristiana descubre su misión: acercarla a todos los hombres.
El hombre no puede perder jamás la esperanza en la victoria del bien sobre el mal. Por esta razón los cristianos con gran júbilo celebran este día la Misa Pascual del Domingo de Resurrección.
"En este día de tu triunfo sobre la muerte, que la humanidad encuentre en ti, Señor, la valentía de oponerse de manera solidaria a tantos males que nos afligen", clamó el jefe de la iglesia católica.



Jesús yace en su tumba y los apóstoles creen que todo se acabó. Todo el día sábado su cuerpo descansa en el sepulcro Pero su madre, María, se acuerda de lo que dijo su hijo : "Al tercer día resucitaré". Los Apóstoles van llegando a su lado, y Ella les consuela. "
"El Sábado santo es un día de luto inmenso, de silencio y de espera vigilante de la Resurrección. La Iglesia en particular recuerda el dolor, la valentía y la esperanza de la Virgen María. "
Ella representa la angustia de una Madre que tiene entre sus brazos a su Hijo muerto, pero no se puede olvidar en este momento ella es la única que conserva en su corazón las palabras del anciano Simeón, que si bien él profetizó que Cristo sería signo de contradicción y una espada le traspasaría el alma, también indicó que Jesús sería signo de resurrección.
Lo que los discípulos habían olvidado, María lo conservaba en el corazón: la profecía de la resurrección al tercer día. Y María esperó hasta el tercer día
Generalmente en las mañanas se realizan retiros de reflexión en torno a este tema, y la tarde resulta ser más bien de tranquilidad, oración y de espera al Jesús Resucitado



El Viernes Santo es el día de pasión y muerte del Señor y del ayuno pascual como signo exterior de nuestra participación en su sacrificio
Este día no hay celebración eucarística, pero tenemos la acción litúrgico después de medio día para conmemorar la pasión y la muerte de Cristo. Cristo nos aparece como el Siervo de Dios anunciado por los profetas, el Cordero que se sacrifica por la salvación de todos.
La cruz es el elemento que domina toda la celebración iluminada por la luz de la resurrección, nos aparece como trono de gloria e instrumento de victoria; por esto es presentada a la adoración de los fieles.
El Viernes Santo no es día de llanto ni de luto, sino de amorosa y gozosa contemplación del sacrificio redentor del que brotó la salvación. Cristo no es un vencido sino un vencedor, un sacerdote que consuma su ofrenda, que libera y reconcilia, por eso nuestra alegría.



"Fecha en la que se conmemora la Última Cena de Jesús con sus discípulos. En ella, Cristo instituyó el sacramento de la Eucaristía, donde Él se hace presente a través de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre, y el sacramento del Orden Sacerdotal "
Este día por la mañana en todas las catedrales, los obispos que son, como dice el Concilio, "los principales administradores de los misterios de Dios, que regulan, promueven y custodian toda la vida litúrgica de la Iglesia que les ha sido confiada", celebran una misa muy solemne con todos los sacerdotes ("el presbiterio" de sus diócesis) y en ella los sacerdotes con un solo corazón y una sola alma renuevan sus promesas y su obediencia al Obispo.
En ella, además, se consagran los óleos, es decir, los aceites que se emplean en diversos sacramentos: el bautismo, la confirmación, la ordenación sacerdotal y la unción de los enfermos.
La consagración de los óleos se celebra precisamente este día para indicar que todos los sacramentos nos relacionan con el Misterio Pascual de Jesús y que todos los sacramentos tienen su culmen y su Centro en la Eucaristía.
Son muchos los gestos que se evocan en el Jueves Santo. Uno de ellos es el signo de humildad y sencillez que realizó Jesús al lavarle los pies a todos sus discípulos, diciéndoles que ellos se los deben lavar unos a otros, "en verdad les digo que el siervo no es más que su señor, ni el enviado más que quien lo envió" (San Juan 13, 16), y el sacerdote en la liturgia lava los pies a doce feligreses.
Luego de celebrar la Eucaristía se expone el Santísimo (Ostia Consagrada) y se realizan vigilias de oración en signo de la oración de Jesús en el Monte de los Olivos, la noche antes de ser entregado a los sacerdotes.
La Biblia cuenta que terminada la cena de Pascua, el Mesías y sus apóstoles se dirigieron al Monte de los Olivos a orar. Él se distanció un poco, rezaba y sudaba cada vez más fuerte, comenzó a sentirse angustiado porque sabía lo que venía, y un ángel del cielo lo reconfortó.
Cuando fue a buscar a sus amigos se dio cuenta de que estos se habían quedado dormidos, Él les dijo, "ha llegado la hora en que el Hijo de Dios debe ser entregado. Levántense, ya se acerca el que me va entregar".



1.- El paro juvenil. La tasa de paro juvenil en España está alcanzando cotas verdaderamente preocupantes: uno de cada cuatro jóvenes está en situación de desempleo. De hecho, la tasa llega al 33,6% y ya suma la cuarta parte del paro juvenil de la eurozona, según los datos hechos públicos por Eurostat el pasado 23 de julio de 2009.

En el conjunto de la zona euro, el desempleo entre los ciudadanos con edades comprendidas entre los 15 y los 24 años alcanzó en el primer trimestre de 2009 los 3,11 millones de personas, lo que supone una tasa de paro juvenil del 18,4%; mientras que en España este desempleo alcanzó la cifra de 789.000 personas.

2.- Los ‘ni-ni’. Ni estudian ni trabajan, así se conocen al sector de jóvenes que no ha conseguido acceder al mundo laboral pero tampoco está formándose para acometer su vida laboral porque ya los ha realizado o porque pretende iniciar su incursión en un trabajo.

España presenta uno de los porcentajes más elevados de adolescentes o jóvenes que ni estudia ni trabaja. Este hecho disminuye también la edad de incorporación a la delincuencia.

La última encuesta de Metroscopia, es decir del grupo PRISA, señalaba que el 54% de los españoles situados entre los 18 y 34 años afirmaba que no tenía proyecto alguno por el que sentirse especialmente interesado o ilusionado





Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.


Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que ten


No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias.


Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.ga vida eterna.


Por siglos los católicos se abstuvieron de comer carne los viernes. Era una ley eclesiástica. Muchos sinceramente creían que era una ley del Dios Todopoderoso. Pero ahora esto ha cambiado.
La realidad es que la regla de los viernes de vigilia fue hecha obligación hace solo unos 1.100 años. El papa Nicolás I (858-867) fue quien la puso en vigor.
¿Y cuán importante se consideraba el que los católicos cumplieran este reglamento?
Una publicación que tiene el imprimátur católico, que indica aprobación, declara: “La Iglesia Católica dice que es un pecado mortal el que un católico coma carne los viernes a sabiendas y voluntariosamente, sin suficiente y grave razón que lo justifique.” Agrega: La “Iglesia dice que si un hombre muere en pecado mortal sin arrepentirse, va al infierno.”—Radio Replies, Rumble y Carty (1938).
En consecuencia, los devotos evitaban cuidadosamente comer carne los viernes. Sinceramente creían que él no obedecer podría resultar en que fueran castigados eternamente en un infierno ardiente.
Pero luego, a principios de 1966, el papa Paulo VI autorizó a los oficiales eclesiásticos locales a modificar este requisito de abstinencia en sus países según lo creyeran conveniente. El papa obró en armonía con las recomendaciones que se hicieron en el Segundo Concilio del Vaticano. En un país tras otro los viernes de vigilia fueron virtualmente abolidos... en Francia, el Canadá, Italia, México, Estados Unidos, etc.
El efecto en muchos católicos devotos ha sido devastador. “Durante todos estos años creí que era pecado comer carne,” explicó un ama de casa de un estado central del norte de los Estados Unidos. “Ahora súbitamente descubro que no es pecado. Eso es difícil de entender.”
Si usted es católico, ¿puede entender cómo una práctica que la Iglesia consideraba “pecado mortal” se puede aprobar súbitamente? Si era pecado hace cinco años, ¿por qué no lo es hoy?
Cuando a una señora del Canadá se le preguntó qué opinaba acerca de los cambios en su iglesia, contestó: “No sé. Quizás usted me lo pueda decir: ¿Qué van a hacer con todas las personas que fueron al infierno por comer carne los viernes?”
No son solo unos cuantos católicos quienes han hecho esas preguntas. El cambio en la enseñanza ha sacudido su confianza en la Iglesia. ¿No se sentiría usted de la misma manera si lo que siempre se le hubiera enseñado que era importante para la salvación súbitamente se considerara innecesario? ¿No se inclinaría usted a poner en tela de juicio otras enseñanzas?
Sin embargo, la Iglesia Católica no ha cambiado completamente su posición tocante a la abstinencia de carne los viernes. Aun ahora a los católicos todavía se les exige que se abstengan de comer carne el “Viernes Santo.” Además, en algunos lugares no deben comer carne los viernes de la Cuaresma.
Pero, ¿por qué se considera incorrecto el comer carne el “Viernes Santo,” pero se permite hacerlo otros viernes del año? Esto ha hecho que personas pensadoras se pregunten a qué se debe eso.
Muchas personas han comenzado a hacer preguntas en cuanto a la base de esta enseñanza, así como acerca de otras enseñanzas eclesiásticas.
El que la Iglesia no pueda explicar su posición bíblicamente pone de manifiesto un hecho importante: La Iglesia Católica no ha basado sus enseñanzas en lo que dice la palabra de Dios. Más bien, ha fundado muchas de sus creencias y prácticas en las tradiciones inestables de los hombres.
Esto es obviamente cierto tocante a abstenerse de carne los viernes. Pues, prescindiendo de cuánto busque usted, en ninguna parte de la Biblia encontrará que a los cristianos se les dieran instrucciones jamás de abstenerse de comer carne en ningún viernes del año, ni en ningún otro día. No es requisito de Dios. De hecho, la edición católica de la Biblia en inglés Versión Normal Revisada dice que el prescribir o mandar “abstinencia de alimentos que Dios creó para recibirse con acción de gracias” es una evidencia de una desviación de la fe. —1 Tim. 4:1-4.
En consecuencia, a muchos que buscan la verdad se les están abriendo los ojos y están viendo que la Iglesia Católica no se ha estado adhiriendo estrictamente a la Palabra de Dios, y se preguntan si hay religión alguna que no lo haga y que sea digna de su confianza y apoyo




El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en no comer carne. Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.
Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia.
El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio, dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen autoridad para determinar
las diversas formas de penitencia cristiana.¿Por qué el Ayuno?Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca del hombre a Dios.
El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística".
Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de Ia civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según Ia cantidad y Ia calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.
Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, Ia excitación que se deriva de ellos, el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.
El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: No.
No es Ia renuncia por Ia renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo.




Queridos hermanos y hermanas:
Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo (cf. Rm 3,21-22).
Justicia: "dare cuique suum"
Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra "justicia", que en el lenguaje común implica "dar a cada uno lo suyo" - "dare cuique suum", según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste "lo suyo" que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia "distributiva" no proporciona al ser humano todo "lo suyo" que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si "la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios" (De Civitate Dei, XIX, 21).
¿De dónde viene la injusticia?
El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene "de fuera", para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ­advierte Jesús­ es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: "Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?
Justicia y Sedaqad
En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que "levanta del polvo al desvalido" (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en "escuchar el clamor" de su pueblo y "ha bajado para librarle de la mano de los egipcios" (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por
lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un "éxodo" más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?
Cristo, justicia de Dios
El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: "Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la "propiciación" tenga lugar en la "sangre" de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la "maldición" que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la "bendición" que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de "lo suyo"? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.
Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo "mío", para darme gratuitamente lo "suyo". Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia "más grande", que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.
Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.
Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.

About Me

Followers

Sample Widget